Respuestas, descubrimientos y responsabilidad. Una ciencia para el futuro
No hace tanto tiempo que miles de científicos compartieron sus conocimientos para solucionar un problema común: la pandemia por la covid-19. La ciencia es un idioma universal. Las personas dedicadas a la ciencia podrán hablar diferentes idiomas maternos, pero todas hablan un idioma común con el que se entienden y hacen progresar los avances que consiguen mejorar la calidad de vida y nuestra situación en el mundo. Y no estoy inventando nada nuevo, ya lo decía el físico Niels Bohr: «Un propósito común de la humanidad es entender la naturaleza para convivir en paz. La ciencia es ese lenguaje común».
Cada 10 de noviembre, celebramos el Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo, una fecha dedicada a reflexionar sobre el papel que desempeña la ciencia en la construcción de un mundo mejor: más equitativo, más pacífico y sostenible. A lo largo de la historia, la ciencia —o mejor dicho, los científicos y las científicas— han demostrado su capacidad para colaborar, independientemente del país de procedencia. Y esta colaboración se cultiva desde los primeros años de formación. La educación en ciencia no solo implica conocimientos, sino también valores esenciales como la curiosidad, la cooperación y el respeto hacia diferentes ideas y culturas. Al fomentar estos valores en la educación, estamos formando a las personas no solo para que comprendan el mundo, sino para que participen activamente en su mejora. Así hemos conseguido que científicos de diferentes países trabajen unidos en proyectos que trascienden fronteras, y son muchos, entre ellos, el CERN, proyectos médicos, estaciones espaciales, tecnologías de la comunicación, observatorios y telescopios espaciales, proyectos de genoma humano, reactores termonucleares o estudios de cambio climático —cada día más necesarios—.
La diplomacia científica fomenta el avance y el conocimiento, porque quienes se dedican a la ciencia saben que esta siempre se encontrará por encima de los colores políticos y de los estamentos sociales, pues la ciencia no distingue entre las personas. La ciencia, como decía Rosalind Franklin «da la oportunidad de buscar respuestas y de contribuir con lo que descubrimos a algo mucho más grande que nosotros mismos». Respuestas, descubrimientos… dos palabras claves que debemos tener en cuenta siempre que invertimos en ciencia: la ciencia es para todos, porque las respuestas son para toda la humanidad sin distinción.
Y hablando de respuestas, también la bióloga Rachel Carson insistía en que «la ciencia nos da respuestas, pero también responsabilidad de cuidar del mundo en paz». Y aquí otra palabra clave: responsabilidad. Todos y todas somos responsables del uso de la ciencia. La ciencia también se encuentra en nuestra huella de carbono, en la implicación que deseemos tener ante la sostenibilidad energética y el cambio climático, en nuestra manera de relacionarnos con la comunicación, con la IA o con los recursos médicos. La mayoría de nosotros y nosotras no somos científicos o científicas, pero sí somos responsables del uso que hagamos de esos recursos.
Hoy, en el Día Internacional de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo dediquemos unos minutos a reflexionar sobre el papel que tiene la educación en este camino. La ciencia, unida a la educación en valores, enseña a las nuevas generaciones a utilizar el conocimiento con responsabilidad, promoviendo una actitud ética y consciente hacia el entorno y hacia quienes nos rodean. Dediquemos esos minutos a comentar con quienes compartimos una pausa durante el trabajo, durante nuestros encuentros de ocio, el grano de arena que cada uno de nosotros podemos aportar al respecto. Todo sea por construir un futuro donde la ciencia sirva a las generaciones venideras, avanzando hacia un mundo más equitativo y sostenible, avancemos hacia una ciencia del futuro.
Amador Pastor Noheda
Consejero de Educación, Cultura y Deportes