25/09/1999JCCM

LA HUMEDAD DEL OTOÑO RESUCITA EL PARQUE NACIONAL DE CABAÑEROS


El esplendor de la mejor representación de la flora y fauna mediterráneas compensa hoy los siglos de sometimiento vividos por los Montes de Toledo

La noche ha ganado ya la batalla al día y el calor, ese fiel e implacable compañero que en julio y en agosto no nos deja ni a sol ni sombra, se va disipando. Diríase que, para el ser urbano, septiembre es la vuelta a lo cotidiano, a la monotonía del día a día.

En cambio, en muchos puntos de nuestro medio rural, la llegada de septiembre trae unas jornadas de actividad frenética, unos días en los que todos trajinan capachos de uva para llenar cuanto antes los remolques y acabar pronto con la dura tarea de la vendimia.

Entretanto, en un rincón del noroeste de la provincia de Ciudad Real, las primeras lluvias visten de tonos ocres, amarillos y rojizos los bosques caducifolios y el silencio se ve roto por los bramidos de los ciervos adultos y el chocar de sus cuernas, al tiempo que los pollos de buitre negro y de águila imperial comienzan su vida independiente y las águilas calzadas y culebreras se marchan en busca de climas más cálidos; el calor se va apagando y el viento húmedo anuncia el agua que paliará los efectos de un largo y seco verano. El otoño ha llegado a Cabañeros.

Las cuarenta mil hectáreas del Parque Nacional de Cabañeros son el gran exponente del bosque mediterráneo ibérico, definido por un marcado período de sequía estival y lluvias otoñales y primaverales que delimitan los meses de frío más severo.

Estas condiciones climáticas hacen que la vegetación paralice prácticamente su actividad durante el verano y los días más duros del invierno y que sus momentos de esplendor coincidan con la primavera y el otoño.

Estas condiciones han hecho que la encina sea el árbol dominante, aunque las altas precipitaciones provocadas por masas nubosas procedentes del oeste y la orografía han hecho posible que en el parque se encuentren especies arbóreas más típicas de las regiones del norte español que de estas latitudes, como el quejigo o el rebollo.

Junto a ellos, Cabañeros alberga también alcornoques, arces, acebuches y fresnos, árboles que aparecen por encima de las pedrizas, a unos setecientos metros de altitud. Cabañeros llegó a tener veinticinco mil cabezas de ganado menor, hecho que explica la distribución actual de la vegetación y que en la gran planicie que ocupa la parte central del parque, la raña, sólo hayan pervivido encinas y quejigos aislados.

La ley del más fuerte

Coincidiendo con el otoño, los ciervos se hacen dueños de la raña y se encaraman sobre sus patas traseras para arrancar las primeras bellotas. Están muy alterados porque ha llegado la época de apareamiento, una temporada que tiene su manifestación inicial con la "berrea".

Los machos adultos en celo presentan el vientre y las patas de un color mucho más oscuro que el resto del pelaje a causa de sus frecuentes baños en charcos empapados de barro y orín. Esta costumbre, probablemente útil para la defensa frente a parásitos, tiene una función territorial de carácter olfativa. Otros cambios fisiológicos que aparecen en el macho son el desarrollo de una fuerte musculatura en el cuello, que le servirá para la lucha, y cambios en la caja torácica, que le permitirán emitir los profundos e intensos bramidos característicos de la berrea.

Los coros de berridos de los machos adultos llegarán al máximo a mediados de septiembre. Todavía no se conoce con certeza el significado de la berrea; el ciervo no "llama" a las hembras, ya que en realidad las busca y persigue, sino que parece más bien un sistema de emisión-respuesta para mantener un prolongado estado de excitación. Al parecer, el berrido del animal se relaciona estrechamente con su habilidad en la lucha. El tono más grave y la intensidad son característicos de individuos dominantes, aunque al final del período de celo, sin embargo, el desgaste vocal generalizado puede inducir a confusiones.

La berrea tiene dos momentos álgidos al día; el amanecer y el atardecer. Durante las horas de actividad, los individuos van señalando sus territorios con "marcas" olfativas, restregando la base de la cornamenta, donde se encuentran las glándulas supraorbitales, contra los árboles y arbustos; el resto del tiempo los ciervos tienden a encamarse en el monte. Todavía no se observarán las contiendas entre los machos, sin embargo la territorialidad de los venados va siendo cada vez más acusada a medida que van formando sus "harenes".

Los combates están fuertemente ritualizados y los contendientes buscan desplazar al contrario empujándolo mientras ambos están trabados por las ramificaciones de las cornamentas. Hay que señalar que la ventaja en la lucha no la obtienen únicamente por la fuerza; también la habilidad aprovechando desniveles del terreno puede proporcionar la victoria a un venado.

Los enfrentamientos entre los ciervos tienen una función típica en las especies polígamas, hacer que el macho más fuerte sea el que cubra a las hembras, pero, además, presenta un significado netamente territoria. Esto da lugar a una distribución adecuada de la población en el territorio disponible, que en el momento actual arroja una densidad de quince ejemplares por cada cien hectáreas.

Los carnívoros están también cambiando ahora de dieta. Durante septiembre y octubre, el consumo de fruta es muy importante y zarzamoras, higos, madroños y bayas de mirto y de lentisco son el alimento preferido de zorros, garduñas, ginetas y tejones mientras el jabalí mordisquea las ásperas frutas del piruétano. Incluso algún hongo puede ser un buen bocado.

El símbolo de Cabañeros

Pero el otoño es mucho más que la berrea, porque es también el momento en el que los pollos del buitre negro son expulsados del nido de sus progenitores e inician su vida independiente. Los buitres jóvenes han cumplido medio año y son todavía muy inexpertos para encontrar alimento; por eso, no es raro verlos posados en las rañas o sitios abiertos, donde es difícil observar a los adultos.

El buitre negro, el ave de mayor peso y envergadura de la fauna europea, ha encontrado tal acomodo en Cabañeros que su gran tamaño, color negro, cola corta y vuelo inconfundible le han convertido en el símbolo más característico del Parque Nacional

En 1983 había censadas en Cabañeros dieciséis parejas reproductoras de buitre negro y cinco años después, cuando fue declarado Parque Natural, esta cifra se había elevado hasta setenta y una. Esta progresión no se ha detenido y de las ciento veinte parejas localizadas en 1994 se ha pasado a las ciento cuarenta de hoy, cifra que hace de Cabañeros la segunda reserva en importancia de esta especie en la península.

Los vuelos nupciales de los buitres negros comienzan en diciembre, cuando la pareja se apresta a construir el nido, una plataforma de dos metros de diámetro y más de mil quinientos kilos de peso, en lo alto de un alcornoque o una encina de una ladera bañada por el sol. En bastantes ocasiones reparan el del año anterior, aunque el exceso de parásitos o el grado de deterioro del antiguo nido hace que la mayoría construyan uno nuevo.

El momento de la puesta se sitúa a finales de enero o principios de febrero; macho y hembra se alternarán durante dos meses en la incubación del huevo hasta que nazca la cría. El pollo recién nacido vivirá toda la primavera al cuidado de sus progenitores, que le alimentarán y resguardarán del sol y de la lluvia con sus alas extendidas.

En otoño, los buitres negros jóvenes abandonan el nido paterno pero no se alejan de él; eso sucederá un poco más tarde, cuando empiece la época de celo y se dispersen. Se ignora si vuelven a criar al lugar donde nacieron, pero, desgraciadamente, si se sabe que porcentaje de mortalidad antes de llegar a la edad reproductora está por encima del ochenta por ciento

Las dificultades para incrementar la población de estas grandes aves, cuya envergadura es de casi tres metros, explican sobradamente su inclusión en todos los catálogos de especies protegidas y, por suerte, la extinción del símbolo de Cabañeros parece lejana.

Desgraciadamente, el peligro que se cierne sobre otros dueños de los cielos del parque está mucho más cerca y las parejas de águila real, águila imperial o elanio azul, especie de plumaje blanco azulado y ojos de color sangre, catalogada como la rapaz más bella de la península por aquellos que han tenido la suerte de verla, se cuentan con los dedos de una mano.

Entre los mamíferos, desaparecidos ya el oso y el lobo, el lince es la especie que vive la situación más preocupante. Otros carnívoros, como el gato montés, la gineta y el zorro, cuentan, al igual que el jabalí, con una nutrida representación. Para ellos y para nosotros, Cabañeros es un auténtico paraíso.

Pasto, diana y, por fin, Parque Nacional

Los alicientes que nos depara Cabañeros son un regalo del pasado que debemos legar a la posteridad. Sin embargo, no sería justo olvidar que lo que hoy es Parque Nacional es herencia de los avatares históricos a los que estuvieron sujetos los Montes de Toledo y sus habitantes.

En 1246, Fernando III cedió la comarca a la ciudad de Toledo, que la sometió a las estrictas ordenanzas de su Dominio Señorial y permitió únicamente el cultivo del cereal de secano en las rañas y el aprovechamiento del corcho y el carboneo. Por si esto era poco, en 1273, con la creación de la Mesta, se prohibió la roturación de los campos para preservarlos como pastos.

Estas condiciones se mantuvieron hasta 1829, cuando la comarca quedó desligada de la antigua capital imperial; poco después, fue escindida entre las provincias de Ciudad Real y Toledo, casi al mismo tiempo en el que la desamortización la puso al alcance de la burguesía madrileña, que dedicó sus nuevas posesiones al ocio y a la caza. Buena prueba de que la obtención de rendimientos no era la principal preocupación de sus propietarios es el hecho de que Cabañeros fuera declarada en 1955 finca manifiestamente mejorable.

En los cuarenta años que van desde entonces hasta 1995, cuando se convirtió en el décimo Parque Nacional de España, Cabañeros y su comarca han pasado por las vicisitudes que todos conocemos sobradamente. En 1982, el Ministerio de Defensa anunciaba su intención de convertirlo en campo de tiro para el Ejercito del Aire y compró varias fincas para destinarlas a tal fin; las condiciones orográficas de Cabañeros, delimitado por al norte por la Sierra del Chorito y por la de Miraflores al sur, y la baja densidad de población de la comarca, fueron los motivos principales de la elección.

Ciertamente, Los Montes han sido tradicionalmente una zona deprimida, lo cual no es de extrañar con una historia como la reseñada. Bastan un par de datos para confirmarlo: en 1960, los diez municipios de la comarca pertenecientes a la provincia de Ciudad Real contaban con veinte mil habitantes; en la actualidad están sobre los siete mil ochocientos, la mitad de ellos mayores de sesenta años. La densidad de población es de tres habitantes por kilómetro cuadrado, muy lejos de los veinticuatro de densidad media de la provincia.

Las intenciones de Defensa encontraron la oposición del Gobierno de Castilla-La Mancha, que el once de julio de 1988 pasó de las protestas verbales a los hechos y declaraba Cabañeros Parque Natural. Fue el primer gran paso en el camino hacia la figura de máxima protección, la conversión en Parque Nacional, que fue aprobada por las Cortes generales el ocho de noviembre de 1995.

Entretanto, la reacción de los grupos ecologistas y de los vecinos de la comarca contra la instalación del campo de tiro había contribuido a estrechar un sentimiento de unidad entre los que pensaban que Cabañeros podía ser el instrumento adecuado para proporcionar una nueva fuente de ingresos a la zona.

Así, coincidiendo con la declaración como Parque Nacional, los diez municipios de la comarca pertenecientes a la provincia de Ciudad Real se constituían en mancomunidad, una comunión de intereses que tomó como nombre el nuevo símbolo de la comarca, Cabañeros.

Amén de la gestión compartida de servicios, gracias a la mancomunidad de Cabañeros la comarca ha podido acceder al programa Leader II, una iniciativa comunitaria diseñada para ofrecer alternativas de desarrollo para las zonas con mayores necesidades por sus características sociales y económicas.

Se trata de ofrecer formación y respaldo económico a los propios habitantes de la comarca para que sean capaces de impulsar la comercialización de productos agroalimentarios y artesanos o ponerse al frente de hosterías rurales. El propósito último de este programa, que se desarrolla en otras veintiséis comarcas de Castilla-La Mancha al amparo de las iniciativas Leader II y Proder, es favorecer el desarrollo económico del medio rural para evitar su despoblamiento.

En el caso que nos ocupa, este proyecto y el esfuerzo de los vecinos de la comarca de Cabañeros están haciendo que crezcan la infraestructura turística y cultural de la zona. A los dos museos etnográficos abiertos en los últimos años en Horcajo y Alcoba de los Montes, se sumaban esta primavera el centro cultural de Arroba de los Montes, que expone varias obras del pintor José Ortega, y el Museo de la Fauna de Cabañeros de Retuerta del Bullaque, una exposición interactiva que emplea las últimas técnicas museográficas para mostrar al visitante las especies animales que habitan la comarca y el Parque Nacional y las características principales del ecosistema de la zona.

Esta oferta, en la que habría que incluir la "Casa de Palillos", el centro de interpretación del Parque Nacional de Cabañeros, ha contribuido al crecimiento del número de visitantes que recibe la comarca. De las personas que visitaron Los Montes el año pasado, más de cincuenta mil se pasaron por estas verdaderas "agencias turísticas" y se espera que este año se alcancen las sesenta y cinco mil.

Seguramente, los antiguos moradores de las cabañas levantadas en las tierras que hoy ocupa Cabañeros - de ahí su nombre- nunca imaginaron que sus privaciones entre campos que no podían cultivar y animales que tenían prohibido cazar alumbrarían siglos más tarde el tesoro que hoy preservan sus descendientes.

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