Crisol de culturas y civilizaciones

Exposición de Códices

Una casa para todos que tiene por techo el horizonte
 
A lo largo de la historia las tierras que hoy conforman Castilla-La Mancha han sido un espacio de tránsito y acogida donde arraigaron pueblos y culturas diversas.
Diferentes visiones de la vida, identidades contrastadas, puntos de encuentro y formas de entendimiento que han consolidado una forma de ser propia y, al mismo tiempo, abierta al mundo.
La sociedad castellano-manchega es una síntesis compleja de tradiciones y expectativas, que avanza hacia su futuro sin uniformidades, con un profundo sentido solidario.
 
Síntesis de tierra seca pero fértil, de campiña y serranía, de sol y hielo, Castilla-La Mancha forja en la gente que la habita un carácter resistente a los rigores, dando fuerza telúrica a la virtud de la templanza, como el acero toledano o la hoja albaceteña. Un carácter modelado también por vegas feraces que trazan sierpes húmedas a su paso; que a veces se deja penetrar por hoces talladas en cornisas de piedra. Desde el flanco septentrional se pisan alfombras de matorrales que aromatizan los panales meleros; el occidente se adorna de jara, el sur embriaga con el manto de la vid y la sombra del olivo, destilando caudales tintos y dorados, mientras cabelleras de cereales se cimbrean por oriente.
 
Por estos paisajes en mosaico se han extendido las calzadas donde el latín se hizo romance;  en estas tierras cobraron valor la agricultura y la industria artesana de moriscos y hebreos… han sonado las cantigas cultas y las seguidillas populares (boleras en La Solana o meloneras en Daimiel) se han acatado las siete partidas, e invocado versículos coránicos y salmos talmúdicos, además del Evangelio. También se ha desplegado el ingenio y han brotado herejías disconformes y revueltas de comunidades con signo emancipador. Aquí los bárbaros del norte asentaron reinos que bebieron del refinamiento recibido, levantando catedrales y conventos. Aquí los caminos de Europa tuvieron su vértice cuando Roma decaía y cuando alboreaba el renacimiento. Por estas tierras, donde corrió la sangre fratricida del fanatismo excluyente, ha florecido la reconciliación, el entendimiento y la cooperación entregada al progreso y la igualdad.
 

La antigüedad acogió a lusones, arévacos, carpetanos, oretanos, olcades, edetanos y vettones. Pueblos celtíberos testigos de las sucesivas invasiones y guerras de ocupación. Cartagineses y romanos disputaron su influencia comercial y política. Árabes y beréberes extendieron el Islam por la península desplazando a visigodos del reino de Toledo, seguidos de almorávides y almohades. El mestizaje cultural adquiere forma con el legado mozárabe y morisco, la aportación hispana al arte y la ciencia musulmana y la escuela de traductores de Toledo. La uniformidad político-religiosa impuesta por las monarquías católicas, con sus persecuciones y extrañamientos (sefardíes, moriscos…) mutiló la regla de la tolerancia y arruinó la economía sustentada en los oficios, el campo y las finanzas. Pero la diversidad siguió latiendo oculta bajo otras formas y expresiones. Fue durante la capitalidad del imperio en Toledo durante los siglos XV y XVI, que toda Europa transcurrió por nuestras tierras, incrementando el mestizaje.
 

Castilla-La Mancha ha soportado el peso de la historia y también la tormenta del olvido. En el último siglo estas tierras se vaciaron de brazos que buscaban su empeño en otras haciendas. Antiguos castillos y templos quedaron expuestos a la ruina y el abandono. La emigración fue toda una siembra de sudor en campo ajeno, asociada, como en una maldición bíblica, a cuarenta años de oscurantismo y éxodo por el desierto de la dictadura. La recuperación de la democracia en España vino acompañada de la autonomía en sus territorios y, con ella, del nacimiento de un proyecto de futuro que recibió sus atributos simbólicos del antiguo reino de Castilla y de la comarca de la Mancha, inmortalizada por la pluma de Cervantes. Dos realidades yuxtapuestas que pugnaban por encontrarse en una feliz síntesis para tener una voz propia que pudiera oírse en el concierto de los pueblos.
 

Ahora Castilla-La Mancha es una realidad consolidada, con voz propia, tierra de inmigración y heredera del pasado pero, sobre todo, tributaria de un presente que anhela convertirse en futuro irreversible, integrando las aportaciones de cuantos llegan a su seno para compartir un proyecto de vida. Una casa para todos que tiene por techo el horizonte.